Tame Impala rebasó cualquier lujo sensorial y emocional

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Texto: Gustavo Santacruz / Fotografías: OCESA Laura Villegas

El pasado viernes 10 de marzo, la cuasi-banda australiana “Tame Impala” regresó a tierra mexicana, a poco más de dos años de haber roto la sequía de conciertos en nuestro país, con su presentación en el Festival «Corona Capital» de la Ciudad de México a finales del 2021.

Esta vez, con un «Palacio de los Deportes» prácticamente lleno, la música de Kevin Parker, quien días atrás se había fracturado la cadera, y sus compañeros, rebasó cualquier lujo sensorial y emocional, permitiéndonos disfrutar de su obra por poco más de dos horas. Precedidos por la ya emblemática receta de «Rushium», aquel fármaco que produce la distensión del tiempo y los efectos que esto conlleva, el concierto de “Tame Impala” osciló entre diversas velocidades, ambientes y tonalidades sónicas y visuales fosforescentes.

Retomando canciones de sus primeros discos, pero centrados en su más reciente álbum «The slow rush» estrenado en 2020, los australianos constataron que su trayectoria no ha hecho más que ir en aumento, pues cada vez logran conectar, tanto entre sus integrantes como con el público, de una forma más profunda y placentera.

Haciendo a un lado cualquier impedimento circunstancial, y completamente concentrado en lo que un concierto de rock, o símil, debe provocar en los que son partícipes de este, Kevin Parker se consolidó como una figura trascendental de la música contemporánea, en una era en la que el culto a la individualidad parece cada vez más irrelevante.

 

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